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"Rigoletto" en el Teatro Solís de Montevideo: Verdi merecía algo más
Una puesta entre osada y tradicional que, a pesar de las buenas intenciones, resultó tibia en emoción y despareja en lo musical. Por Ernesto Castagnino (enviado especial a Montevideo, Uruguay)
 

Verdi merecía algo más
Teatro Solís, Montevideo, Uruguay
Domingo 19 de agosto de 2007, 20.00

Carlo Ventre (Duque de Mantua), segundo acto de Rigoletto, Teatro Solis,
Montevideo, Uruguay, 2007

RIGOLETTO de Giuseppe Verdi. Dirección musical: Federico García Vigil. Puesta en escena, escenografía e iluminación: Roberto Oswald. Vestuario: Aníbal Lapiz. Escenógrafo asociado: Christián Prego. Reparto: Luis Gaeta (Rigoletto), Sandra Scorza (Gilda), Carlo Ventre (Duque de Mantua), Marcelo Otegui (Sparafucile), Alejandra Malvino (Maddalena), Eduardo Salsamendi (Monterone), Daniel Romano (Marullo), Edgardo Rocha (Borsa), Julio Clavijo (Conde de Ceprano), Cristina Santi (Condesa de Ceprano), Débora Wainkrantz (Giovanna), Leonardo Marziotte (Paje de la duquesa), Ulrich Schrader (Heraldo). Orquesta Filarmónica de Montevideo. Coro del SODRE, director: Antonio Domenighini.

Siempre es un placer visitar Uruguay, encontrarse con la calidez de su gente y la calidad de sus producciones culturales, entre las que el restaurado Teatro Solís muestra su liderazgo. Primera de la trilogía que llevó a Giuseppe Verdi al reconocimiento internacional (1), Rigoletto, basada en Le roi s'amuse de Victor Hugo y estrenada en Venecia en 1851, introdujo la innovación de presentar a un jorobado como protagonista y una fuerte crítica a los abusos del poder.

Verdi, un profundo humanista, va más allá de las convenciones de la época introduciendo con esta trilogía cambios sustanciales: por un lado, la búsqueda de tramas que permitieran al público experimentar el drama humano, identificándose con personajes que no fueran "cartón pintado" y, por otro lado, un planteo musical que privilegia la fluidez dramática por encima del lucimiento vocal, eliminando el rígido esquema "recitativo-aria" que dominó hasta el siglo XIX. Ahora las arias se convierten en escenas que se continúan sin interrupción con dúos, tríos o cuartetos, aunque mantiene algunas arias tradicionales como la archifamosa "La donna è mobile", vehículo para el lucimiento de tenores de todas las épocas. Presentar como protagonista a un jorobado (Rigoletto), una cortesana (La traviata) o una gitana (Il trovatore) y criticar los abusos del poder y la hipocresía social lo llevaron en dirección de un mayor "realismo". Esto le trajo dificultades frente a la censura, que cuidaba los intereses de la monarquía y miró con malos ojos el hecho de que un aristócrata (el Duque de Mantua) sea el villano de la trama.

El amor paterno-filial se convirtió en un tema recurrente en la obra de Verdi, del cual sus biógrafos han realizado diferentes interpretaciones. Luisa Miller, Simon Boccanegra y Aida, son algunas de las óperas que exploran el amor de padre e hija. En una conmovedora escena de La traviata, Violetta, obligada por su suegro a renunciar al amor, se arroja a sus brazos diciendo "Qual figlia m'abbracciate, forte così sarò" (Abráceme como a una hija, así seré fuerte). Este tópico cobra en Rigoletto una profundidad conmovedora transformándose en el motor de toda la acción dramática. En esta nueva producción, el rol protagonista estuvo a cargo del barítono argentino Luis Gaeta, que parecía ausente la mayor parte del tiempo y no llegó a conmover como el patético bufón que esconde detrás de su mueca burlona un inmenso amor paternal. Vocalmente algo monótono, no logró desentrañar los innumerables matices que Verdi escribió para este personaje. Su registro agudo presentó algunas irregularidades que podrían haber sido compensadas con una mayor compenetración interpretativa.

El tenor Carlo Ventre recibió la mayor ovación de la noche: provisto de una  interesante voz de timbre verdiano, presentó no obstante algunos problemas en la zona del passaggio y cierta tendencia a abusar de portamenti, dificultades que, como en el caso de Gaeta, podrían haber sido atenuadas con una interpretación menos superficial del lascivo Duque de Mantua. Distinto es el caso de la Gilda de Sandra Scorza quien, con una mayor entrega y el plus de poseer el fisique du rol para el personaje de la joven cándida y enamorada, no posee sin embargo una voz de timbre y volumen adecuado para el canto verdiano, además de una deficiente técnica vocal, con un molesto trémolo que empañó su interpretación. Muy bien Marcelo Otegui y Alejandra Malvino como los hermanos Sparafucile y Maddalena, ambos con buena presencia escénica y voz suficiente. Eduardo Salsamendi cumplió como Monterone, aunque faltó algo de intensidad en su breve pero decisiva aparición.

El maestro Federico García Vigil nos ofreció un interesante y prometedor Preludio pero su dirección fue perdiendo intensidad debido quizás a los acelerados tempi elegidos, que produjeron algunos desencuentros con las voces. El coro del SODRE tuvo una buena actuación bajo la dirección de Antonio Domenighini, aportando momentos de intensidad dramática al comienzo del segundo  acto.

Escena del primer acto, cuadro primero, en el centro Eduardo Salsamendi (Monterone), Rigoletto, Teatro Solís, Montevideo, Uruguay, 2007

La régie de Roberto Oswald estuvo a medio camino entre lo tradicional y lo provocador. Algunas licencias (un contratenor como el paje de la duquesa, el sonido grabado de truenos y lluvia) y tímidas provocaciones (algunos desnudos en la escena de la orgía) inspiradas en el conocido film de Jean-Pierre Ponnelle, no aportaron demasiado al clima general. Los desnudos, que parecen estar de moda en las puestas de ópera, resultan efectivos no sólo cuando están justificados (en este caso podría decirse que lo estaban) sino cuando resultan creíbles en el contexto dramático: se percibía aquí cierta incomodidad en los figurantes desnudos que corrían a taparse, más de acuerdo con una picardía de adolescentes que con el clima de una orgía de cortesanos. "Haz lo que haces" dice un proverbio chino... La escenografía, también a cargo de Oswald, consistió en paneles con gigantografías de columnas que recordaban los grabados del veneciano Piranesi. El vestuario planteado por Aníbal Lápiz fue adecuado y sobrio en correspondencia con el diseño escenográfíco.

En síntesis, la producción no llegó a transmitir la dimensión trágica de esta obra maestra, aunque el resultado general fuera aceptable.

Ernesto Castagnino
Agosto 2007 / Enviado especial a Montevideo, Uruguay
ecastagnino@tiempodemusica.com.ar

Fotografías gentileza Teatro Solís.

Imagen central: Luis Gaeta (Rigoletto) y Sandra Scorza (Gilda), segundo acto de Rigoletto, Teatro Solis, Montevideo, Uruguay, 2007
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Nota

(1) Il trovatore y La traviata completan esta trilogía.

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Publicado el 31/08/2007
     
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