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"Evgeny Onegin" en el Teatro Municipal de Chile: El ruso errante
Por Cristóbal Astorga Sepúlveda (colaborador especial desde Santiago de Chile)
 

Evgeny Onegin en Santiago de Chile: El ruso errante
Teatro Municipal de Santiago de Chile
Miércoles 13, viernes 15 y miércoles 20 de septiembre de 2006


Vladimir Stoyanov y Olga Guryakova en el primer acto de
Evgeny Onegin, Teatro Municipal, Santiago de Chile, 2006

EVGENY ONEGIN, ópera en tres actos de Piotr Ilitch Tchaikovsky. Dirección musical: Andreas Mitisek / Bogdan Oledzki (20 de septiembre). Maestro del Coro: Jorge Klastornick. Puesta en escena: Rodrigo Claro. Escenografía e iluminación: Patricio Pérez. Vestuario: Imme Möller. Coreografía: Tamara Kiriyak. Reparto: Vladimir Stoyanov / Vitaly Bilvy (Evgeny Onegin), Olga Guryakova / Cecilia Frigerio (Tatiana), Jason Kim / Gonzalo Tomckowiack (Vladimir Lensky), Gleb Nikolsky / Cristián Reyes (Príncipe Gremin), Mariselle Martínez / Evelyn Ramírez (Olga), Carolina Ortiz / Adriana Muñoz (Madame Larina), Carmen Luisa Letelier / Claudia Godoy (Filipievna), Pedro Espinoza / Mauricio Miranda (Monsieur Triquet), Ricardo Seguel / Marcelo San Martín (Capitán), Javier Arrey / Patricio Sabaté (Zaretsky), José Castro / Claudio Fernández (Sapievalo). Coro del Teatro Municipal. Orquesta de la Ópera de la Ciudad Real de Cracovia, Polonia.

A pesar de los problemas que sufre el Teatro Municipal, se ofreció el quinto título de la temporada (tercero o tercero y medio en los hechos) con un resultado más que satisfactorio, a pesar de contar con una orquesta opaca y de sonido amortiguado.

La ópera de Tchaikovsky está estructurada de manera convencional a través de números y cuadros cerrados. Esto no ha impedido que a lo largo de su historia interpretativa hayamos podido contar con una amplia diversidad de enfoques. Evgeny Onegin posee un lenguaje musical sincero, ingenioso, lleno de colores distintos para las situaciones más variadas: desde la balada melosa de Monsieur Triquet hasta el amargo final, pasando por pequeñas miniaturas musicales como el retrato de Monsieur Guillot o la extraviada memoria de Filipievna. Todo ello sin olvidar la construcción psicológicamente compleja de los dos personajes principales, Tatiana y Onegin. Por ello, es siempre un reto montar una obra que no solo empatiza rápidamente con el espectador, sino que también permite diversas lecturas.

Los actos segundo y tercero se ofrecieron unidos y esto jugó en contra de la escena del duelo, en general la más débil de toda esta producción. Hasta antes de ella predominaron con una insistencia algo majadera los colores cálidos, por oposición a los tonos metálicos y fríos de las escenas siguientes. Esto radicaliza la gradualidad en que las personalidades de los personajes cambian a lo largo de toda la obra, produciendo una oposición binaria artificial. Cualquiera sea la explicación para ello, no deja de decepcionar la ausencia de nieve en la escena del duelo y el predominio innecesario del color negro, un luto anticipado algo mojigato. Rodrigo Claro generó para las transiciones pequeñas pantomimas, algunas bonitas (el inicio de la ópera con un cielo estrellado y un texto de Pushkin proyectado), otras inintencionadamente arquetípicas (al inicio del acto segundo, una Tatiana turbada mientras la arreglan para el baile). Su régie es sensata, aunque depende excesivamente de las dotes actorales de los cantantes, lo cual se notó en los elencos alternativos.

No puedo sino celebrar la utilización del telón negro para reducir espacios y producir efectos de acción simultánea, pero se hubiese agradecido una versión más íntima de la escena de la carta, con una habitación de Tatiana que no ocupara todo el escenario. Hay detalles de reciclaje muy logrados (la cama de Tatiana que deviene en mirador), junto a otros discutibles (los árboles casi inamovibles del fondo del escenario). El vestuario fue correcto, excepto por cuestiones derechamente de mal gusto: pantalones blancos para Onegin y Lensky en la fiesta nocturna del acto segundo, la ausencia de basta para los pantalones de Zaretski (al menos en la función del viernes 15). Los números de ballet fueron servidos con modestia, en particular debido a una coreografía repetida hasta el cansancio.

Mariselle Martínez, Jason Kim y Olga Guryakova en el primer acto
de Evgeny Onegin, Teatro Municipal, Santiago de Chile, 2006

Vocalmente, los dos elencos estuvieron parejos. El Onegin de Vladimir Stoyanov es frío y ausente, algo simplificado, sin mucha conciencia de sus acciones. De movimientos aristocráticos, a ratos se asimilaba a todo aquello que el personaje crítica. Vocalmente cuenta con un instrumento privilegiado que luce cada vez que puede; sin embargo, aun cuando optó por terminar arriba en su solo al final del primer acto, el agudo fue modesto. En el otro elenco, Vitaly Bilvy, a pesar de contar con una voz menos atractiva, ofreció un Onegin desilusionado, irónico y atormentado, mucho más redondo que el de su colega. Más generoso en el agudo, su personaje se construye en base a movimientos sutiles, generando rápidamente antipatía desde su primera entrada, marcando con mayor sutileza el cambio entre comienzo y final de la obra.

Olga Guryakova fue un lujo en Tatiana. Cuenta con presencia escénica que explota desde las facetas infantiles e impulsivas del personaje en sus primeras intervenciones, hasta la mujer con carácter del cierre; con todo, se habría beneficiado con una régie más aclaratoria, en particular durante los tres primeros cuadros. Cuenta con una voz de timbre claro y lustroso, firme en la zona media y con agudos bien proyectados pese a no ser del todo fuertes. Cecilia Frigerio deslució un poco, siendo una Tatiana tensa y acartonada; la voz es tirante y el fraseo escaso. Si bien el rostro parece ruso (a ratos recuerda a Ana Akhmátova), el movimiento es estereotipado.

Las Olgas de Mariselle Martínez y Evelyn Ramírez fueron mucho más que correctas. Ambas ofrecieron lecturas muy distintas: Martínez optó por una Olga brillante y coqueta, algo lúbrica y con un cierto lejos a Carmen, mientras que Ramírez ofreció una chica más caprichosa y dominante. Vocalmente ambas poseen ricos graves, aunque Ramírez es más estrecha en los extremos, pero su Olga convence más y soporta mejor la permanencia escénica.

Jason Kim mostró un Lensky limpio, de bajo pérfil. "Kuda, kuda, kuda vi udalilis" debe ser una de las arias más conmovedoras del repertorio para tenor, y Kim no le sacó mayor partido, en particular cuando la régie ayudó poco y nada. Gonzalo Tomckowiack posee un aparato vocal fuerte, a ratos rudo, que proyecta con no demasiada sutileza. Ambos pintaron un personaje escasamente poético, con tintes más bien italianos, aunque hay mayor honestidad y arrojo en Tomckowiack.

Escena del duelo en el Cuadro 2 del Segundo Acto de Evgeny Onegin
en el Teatro Municipal, Santiago de Chile, 2006

Gremin fue servido por Gleb Nikolsky y Cristián Reyes. El primero posee una voz sencillamente gigante, casi tanto como su altura física, proyectándola hasta el más alejado rincón del teatro. Esto suele ser bien recibido, a pesar que su interpretación no haya sido demasiado cuidada. Reyes, por su parte, posee una voz mucho más agradable, que utilizó con pudor. La elección de un tempo más lento puede haberlo ayudado con los nervios, pero transforma a una de las arias más bellas del repertorio para bajo en un aburrimiento.

El resto del reparto cumplió con creces. Carmen Luisa Letelier y Claudia Godoy, como siempre, ofrecieron cuadros muy acabados de sus personajes. Carolina Ortiz y Adriana Muñoz tienen, respectivamente, una voz algo extraña y pequeña, aunque funcionan muy bien como Madame Larina. Pedro Espinoza y Mauricio Miranda fueron dos pálidos Triquet, el primero por una afectación de mal gusto, mala dicción y tendencia al grito, el segundo por la sobreactuación; la régie sencillamente no hizo nada por este rol, transformando su aria en una serenata de Arlecchino.

Andreas Mitisek y Bogdan Oledzki dirigen con soltura, a veces desinterés, y la orquesta no parece demasiado preocupada por ello. La cuerda es siempre floja y los metales opacos. El sonido en general está ahogado y, cuando casi por necesidad hay un tutti, parece un estruendo fuera de lugar, como si la orquesta se revolviera de incomodidad. Por fortuna la Orquesta Filarmónica de Chile, o lo que queda de ella, vuelve para Don Giovanni.

Cristóbal Astorga Sepúlveda
Santiago de Chile

Imágenes gentileza Prensa Teatro Municipal. Fotografías de Juan Millá T.

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Publicado el 12/11/2006
     
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