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“Il Barbiere di Siviglia” en el Teatro Argentino: A todo barbero le llega su “sitcom”
El Teatro Argentino finalizó su temporada operística con el más popular título rossiniano en el que se exageró la caricatura y faltó la magia. Por Ernesto Castagnino
 

A todo barbero le llega su sitcom
Teatro Argentino, Sala Alberto Ginastera, La Plata
Domingo 2 de diciembre de 2007, 18.30

Omar Carrión (Fígaro) en el primer acto de Il Barbiere di Siviglia,
Teatro Argentino, La Plata, 2007

IL BARBIERE DI SIVIGLIA, ópera de Gioacchino Rossini. Dirección musical: Esteban Gantzer. Puesta en escena: Rubén Martínez. Escenografía: Daniel Feijoo. Vestuario: Cristina Pineda. Iluminación: Gabriel Lorenti. Reparto: Omar Carrión (Fígaro), Carlos Ullan (Conde de Almaviva), Eliana Bayón (Rosina), Gustavo Gibert (Bartolo), Ariel Cazes (Basilio), Vanesa Mautner (Berta), Fernando Alvar Núñez (Fiorello), Víctor Castells (Un oficial), Néstor Villoldo (Ambrogio). Orquesta y Coro Estables del Teatro Argentino.

Desde su estreno en Roma en 1816, esta obra de Gioacchino Rossini tuvo una presencia permanente en la programación de los teatros de ópera de todo el mundo. Basada en la pieza Le barbier de Séville de Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais, la versión de Rossini y su libretista Cesare Sterbini, desplazó tanto a la comedia de Beaumarchais como a su primera adaptación para una ópera, realizada por Giovanni Paisiello en 1782. Aunque el personaje femenino fue pensado para mezzosoprano, dada la popularidad de la ópera, las sopranos reclamaron el rol para sí transportándolo a su tessitura. Esta versión para soprano es la que nos ofreció el Teatro Argentino de La Plata en el cierre de su temporada operística.

La régie de Rubén Martínez, tenor que comienza sus pasos en la dirección escénica, trasladó la acción al siglo XX, precisamente a los años locos, época en la que difícilmente una joven fuera obligada a casarse con su tutor. El traslado de épocas genera a veces estos anacronismos en óperas que reflejan con mucha claridad convenciones y códigos sociales propios de una época, en este caso, la segunda mitad del siglo XVIII. Pero lo que malogró verdaderamente la dirección escénica de Martínez no fue la licencia temporal sino el hecho de convertir este melodrama bufo

 
Publicado el 11/12/2007
     
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