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"Werther" en el Teatro Coliseo: El desgarramiento incurable del ser
Con muy buena dirección orquestal, discutible dirección escénica y un protagonista a la altura se presentó el nuevo título de la temporada del Teatro Colón. Por Ernesto Castagnino
 

El desgarramiento incurable del ser
Teatro Coliseo, Marcelo T. de Alvear 1125
Domingo 23 de septiembre de 2007, 17.00

Werther, tercer acto, el Teatro Colón en el Coliseo, 2007

WERTHER, ópera en cuatro actos de Jules Massenet. Dirección musical: Arturo Diemecke. Puesta en escena, escenografía y vestuario: Louis Désiré. Iluminación: Rubén Conde. Reparto: Jonathan Boyd (Werther), Mariana Rewerski (Charlotte), Luciano Garay (Albert), Graciela Oddone (Sophie), Ariel Cazes (Alcalde), Gabriel Renaud (Schmidt), Leonardo Estévez (Johann), Fabián Veloz (Bruhlmann), Malena Justo (Katchen). Orquesta Estable del Teatro Colón. Coro de Niños del Teatro Colón, director: Valdo Sciammarella.

A pesar de sus éxitos con Manon y Hérodiade, Jules Massenet no logró interesar a los teatros franceses con su nueva ópera, basada en la novela de Goethe Las desventuras del joven Werther, por lo que su estreno se realizó en Viena en 1892, traducida al alemán. Hoy ocupa sin duda un lugar privilegiado en la programación de cualquier teatro y en el repertorio de tenores líricos. La ópera se concentra en el drama personal e íntimo de Werther, enamorado de una mujer comprometida y entregado a un sufrimiento masoquista que culmina con la suprema ofrenda de su vida a la amada. El compositor juega musicalmente con el contraste entre la atormentada y tumultuosa alma del personaje y la apacible armonía de la naturaleza que lo rodea: el resultado es una de las partituras más bellas e inspiradas de la música escénica, comparable a una pieza de cristal, delicada y elegante que requiere de un profundo conocimiento estilístico de la música francesa. Sensual más que voluptuosa, sentimental más que efectista, refinada más que exaltada, esta música -a diferencia de la italiana- expresa hasta las pasiones más desenfrenadas del romanticismo con cierta contención que no significa frialdad sino más bien... decoro.

La dirección escénica de Louis Désiré abundó en recursos visuales que desequilibraron el planteo original de la obra. Por separado tenían su atractivo pero la sumatoria resultó excesiva: proyecciones de texto en las paredes, una pantalla donde se plasmaban imágenes de un exterior que la escenografía única de los cuatros actos (una sala con una cama, una mesa y un clave) no permitía evocar de otro modo, una simbólica ventana con un velo detrás del cual aparecían situaciones o personajes que remitían a lo que se estaba diciendo. La belleza visual, una imagen pensada para cada palabra o clima musical, quedó empañada por la insistente pretensión de explicar, conducir el sentido, como si el espectador no pudiera realizar representaciones subjetivas propias ante la sutileza que música y palabra despertaban. Tal vez esto sea producto de una modernidad en la que la información debe circular sin reposo hasta la asfixia y donde el fluir de la imaginación cada vez se escurre más.

Jonathan Boyd, protagonista de Werther, segundo acto,
el Teatro Colón en el Coliseo, 2007

Esto no quiere decir que no se pueda imprimir una mirada actual cuando se interpreta una obra, sino que esta no debe perder la esencia y el sentido original. Désiré optó por explorar el costado más erótico de los personajes: la cama donde se vio morir a la madre durante la obertura, que luego serviría de descanso a los niños y donde finalmente mantendrían relaciones sexuales Charlotte y su marido en el último acto, se convertiría también en lecho de muerte para Werther no sin antes haber intentado con desesperación poseer sexualmente a su amada. Muerte y erotismo se articularon en un simbolismo más cercano al siglo XX que al ideario romántico. Es discutible que tal desenfreno erótico sea fiel al texto de Goethe o a la música de Massenet, pero ocurre cada vez con más frecuencia que los régisseur se desentiendan de lineamientos estilísticos y contextuales, introduciendo a veces hasta modificaciones en el libreto para hacer entrar a la obra en su propia concepción, en lugar de entrar en la obra y a partir de ella elaborar su planteo escénico. En esta oportunidad, la escena final, un dúo entre Werther moribundo y Charlotte, fue transformada en dos monólogos superpuestos. Werther al dispararse quedó desdoblado: su espíritu saltó de la cama quedando en ella su cadáver. Mientras Charlotte le hablaba al Werther muerto (!?), el espíritu del poeta se dirigía a ella aunque no pudiera escucharlo. Esto implicó modificar el sentido del texto e incluso el desatino de introducir a Albert en escena para que ella pudiera gritarle "Tais-toi! Pitiè!" ("¡Cállate! ¡Piedad!"), palabras que en el libreto original van dirigidas a Werther cuando éste pide que lo entierren junto a dos tilos. A pesar del exceso visual y las licencias, el planteo tuvo sus aciertos en la resolución de ciertas escenas como monólogos interiores del protagonista mientras el resto de los personajes permanecía inmóvil, acentuando el atormentado mundo interno del protagonista.

Jonathan Boyd (Werther), Mariana Rewersky (Charlotte), Luciano Garay (Albert), escena final de Werther, el Teatro Colón en el Coliseo, 2007

El rol de Werther fue asumido por el tenor norteamericano Jonathan Boyd, conocido en el Teatro Colón el año pasado en A midsummer night's dream de Benjamin Britten. Poseedor de una voz lírica ideal para este difícil papel, aportó con su timbre cálido y redondeado la elegancia que el estilo francés requiere, expresando también la angustia y desgarramiento que acompañan desde el comienzo al enfermizo Werther. La mezzosoprano Mariana Rewerski, como Charlotte, estuvo correcta aunque su timbre no sea del todo grato. Destacable la dulce Sophie de Graciela Oddone, quien le aportó al personaje la inocencia y alegría de vivir que contrastan tan fuertemente con la agobiante melancolía de Werther. El barítono Luciano Garay, que recordamos del Wozzeck que abrió la actual temporada del teatro, y el bajo Ariel Cazes, quien participó en la reciente gira mexicana del Teatro Colón, cumplieron como marido y padre de Charlotte respectivamente. Arturo Diemecke dirigió con sensibilidad y sutileza, abandonándose en las efusiones líricas pero sin ser efectista, manteniendo siempre el control y el buen gusto. El Coro de Niños sonó algo desafinado en su breve pero dramática intervención en la escena final.

Asistimos a una interpretación vibrante en lo musical y vocal, que podría haber resultado globalmente excelente si el narcisismo o tal vez excesivo entusiasmo de un régisseur debutante no nos hubiera obligado por momentos a reparar más en él que en la obra misma.

Ernesto Castagnino
ecastagnino@tiempodemusica.com.ar
Septiembre 2007

Imágenes gentileza Teatro Colón / Fotografías de Miguel Micciche, Arnaldo Colombaroli y Máximo Parpagnoli.

Artículo publicado originalmente el 28 de septiembre de 2007

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1) Louis Désiré escribió...
Estimado señor, que tal?
Soy Louis Désiré, el unico responsable de este Werther del mes pasado en Buenos Aires, y acabo de encontar en internet su nota.
Me encantó su critica, a pesar de no ser buena para mi, porque se nota que usted miró atentamente el espectáculo y eso no pasa mucho con los periodistas de ópera que ya, a la primera imagen, le gusta o no le gusta!!!!!
Traté de mostrar Werther por una ventana indiscreta, y mi opción del fantasma del final me pareció inevitable, ya que desde niño, cuando en Marsella (donde nací) cantaba yo en la ópera uno de los hermanitos de Charlotte, me parecía tan ridícula la muerte del protagonista que canta 20 minutos después de pegarse un tiro en la cabeza!!!!!!
En fin, gracias por haber mirado tan atentamente mi trabajo, lo que significa para mi que un poco se quedó atraído por mi propuesta....
Un saludo cordial....
Louis Désiré
Barcelona
Enviado: Sábado, Octubre 20, 2007 1:54pm

 
Publicado el 21/10/2007
     
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