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Concierto 60º Aniversario Orquesta Filarmónica de Buenos Aires: Un entusiasta festejo, lleno de color y contrastes
Por Claudio Castro
 

Un entusiasta festejo, lleno de color y contrastes
Teatro Colón, Libertad 621
Jueves 19 de octubre, 20.30

CONCIERTO 60º ANIVERSARIO ORQUESTA FILARMÓNICA DE BUENOS AIRES. Director: Arturo Diemecke. Solistas: Haydée Seibert, violín. Alexandre Iakovlev, viola. Richard Strauss: Don Juan, Op. 20. Britten: Doble concierto para violín, viola y orquesta, en si menor (estreno local). Ravel: Alborada del gracioso / Rapsodia Española / Pavana para una infanta difunta / Bolero.

Con la sala del Teatro Colón prácticamente colmada, la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires celebró su sexagésimo aniversario con un atractivo concierto bajo la batuta de Arturo Diemecke.

En el transcurso de este Concierto 60º Aniversario fue presentado en primera audición local el temprano Doble Concierto (1932) de Benjamin Britten, un árido y, por momentos, desvaído ejercicio neoclásico desestimado por el propio compositor. Sólo en el tercer movimiento asoma su voz personal, especialmente en la atmósfera crepuscular de la coda. Solistas y director encararon su labor con solidez técnica y convicción, brindando una versión prácticamente inmejorable este ensayo juvenil cuyo autor legaría obras concertantes de mayor enjundia.

Atendiendo quizás a la ocasión celebratoria, se escogieron obras que permitieron exhibir el arte de los primeros atriles, quienes en la mayoría de los casos se desempeñaron con suma destreza y musicalidad. En Don Juan, Op. 20 (1888) de Richard Strauss, Diemecke se mostró más inspirado en los episodios líricos que en aquellos asociados a la arrolladora vitalidad y la debacle final del antihéroe, a los cuales restó nervio y brío el tempo relativamente mesurado adoptado por el director.

Más logradas resultaron, en cambio, las interpretaciones de las obras de Maurice Ravel, abordadas por Diemecke con gran sentido del color y del matiz dinámico, si bien en algunos pasajes pudo haberse esperado una mayor transparencia en las delicadas texturas del compositor francés. Como detalle inusual, el director solicitó a la audiencia que se abstuviera de aplaudir entre cada una de las ejecuciones a fin de "dejar respirar a las obras", presentadas así como una entidad única, y salvo algunos aplausos aislados tras el final de la primera página, el público adhirió al pedido de Diemecke.

Su enfoque evadió en todo momento los efectismos y desbordes a los cuales este repertorio se presta, conservando, por el contrario, una impronta de sobriedad interpretativa que contrasta llamativamente con la gestualidad histriónico-coreográfica que suele desplegar Diemecke desde el podio antes y después de cada ejecución. A tal punto que podría afirmarse que la Alborada del gracioso (1905/17) se habría beneficiado con una mayor dosis de abandono y que la Rapsodia Española (1907), si bien vibrante y refinada a la vez, pudo haber trasuntado mayor sensualidad en los números centrales y en la sección intermedia del número conclusivo. La Pavana para una infanta difunta (1899/1917), por el contrario, fue objeto de una versión impecable, plena de distante sugestión y belleza, y con un hábil manejo del rubato en la sección central.

En todos los casos la elección de los tempi resultó acertada: ni la Pavana ni el "Preludio a la noche", primer número de la Rapsodia, por ejemplo, fueron desplegadas con la habitual soporífera lentitud, así como tampoco la "Feria", última parte de esa obra, devino en ruidoso torbellino desprovisto de claridad textural. Como efectivo cierre se escuchó el Bolero, que se inició con un hilo de sonido en la flauta y avanzó en un inexorable crescendo dosificado con pericia, hasta desembocar en un frenesí cuyo énfasis recayó acertadamente en el elemento rítmico.

Lamentablemente, ninguna autoridad del Gobierno de la Ciudad o de su área de Cultura se hizo presente en el breve pero emotivo acto llevado a cabo durante el intervalo, en cuyo transcurso las autoridades del Teatro Colón pusieron de manifiesto su reconocimiento hacia la Filarmónica. En primer lugar, fue distinguido Pedro Chiambaretta en representación de sus ex miembros, siguiendo luego el más antiguo integrante de la agrupación, el violinista Szaboles Brenyi, y el último en haberse incorporado a ella, el cornista Luis Marino. También la concertino Haydée Seibert recibió un ejemplar del libro que Carmen García Muñoz y Guillermo Stamponi dedicaron al organismo sinfónico porteño.

Al alcanzar su sexta década de existencia, no desprovista de avatares y altibajos, la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires ha vuelto a demostrar que transita por uno de sus mejores momentos gracias a la guía de un director artístico y musical, Arturo Diemecke, capaz de obtener de ella una respuesta tan entusiasta como sólida en la faz técnica. Así lo reconoció el público, que ovacionó a los distintos sectores al concluir el concierto, el último que la Filarmónica brindó en la sala del Colón antes de su cierre previsto para fin de mes.

Claudio Castro

Fotografías de Arnaldo Colombaroli, gentileza Teatro Colón

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Publicado el 26/10/2006
     
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