Jueves 28 de Marzo de 2024
Una agenda
con toda la música






Conferencias, cursos,
seminarios y talleres

Convocatorias y concursos
para hacer música

Buscador


FacebookTwitterBlogspot
 

"Otra vuelta de tuerca" en el Teatro Municipal de Chile: La ceremonia menos inocente
Por Cristóbal Astorga Sepúlveda (colaborador especial desde Santiago de Chile)
 

La ceremonia menos inocente
Teatro Municipal de Santiago de Chile
Martes 20 de junio de 2006 / Jueves 22 de junio de 2006

Simona Mihai, Brook Fisher y Alexandra Cohen en The turn of the screw,
Teatro Municipal, Santiago de Chile, 2006

THE TURN OF THE SCREW (Otra vuelta de tuerca), ópera en un prólogo y dos actos de Benjamin Britten. Libreto de Myfanwy Piper, sobre el cuento de Henry James. Dirección musical: Jan Latham-Koenig. Puesta en escena: Marcelo Lombardero. Escenografía e iluminación: Patricio Pérez. Vestuario: Luciana Gutman. Reparto: Simona Mihai (La Gobernanta), Susannah Self (Mrs. Grose), Brooks Fisher (Miles), Alexandra Cohen (Flora), Jeffrey Lentz (Peter Quint y Prólogo), Vivan Tierney (Ms. Jessel). Britten Chamber Ensemble.

La ópera de Benjamín Britten The turn of the screw (Otra vuelta de tuerca) vino a reemplazar a la Elektra de Richard Strauss, cuya última representación en el Municipal fue más bien floja. El segundo título de la temporada correspondía al "moderno", lugar originalmente compartido con Lady Macbeth de Mtsensk en el año Shostakóvich, aunque cancelado por cuestiones financieras. Con todo, y a pesar de la crisis que vive el Teatro, al menos no se perdió un estreno. La obra de Britten sucedió a algunas de las funciones de Otello de Verdi con David Rendall, Verónica Villarroel y Frederick Burchinal, obra bastante esperada y cuyo comentario se omite por haber quien suscribe estas líneas sufrido la cancelación de su abono.

The turn of the screw ocupa un lugar privilegiado en la producción musical de Britten. Estrenada en 1954, se ubica entre Gloriana y A Midsummer Night's Dream y refleja las principales características de la obra del músico inglés: un protagonista condenado por otros (al igual que Billy Budd y el Earl de Essex), la violencia en sus formas más cotidianas (como la subyacente en Peter Grimes o en The Rape of Lucretia) y el compromiso radical con el discurso teatral. El librito de Henry James, en el cual Britten y Piper se basaron, es una obra sutil y resulta difícil pensar en una mejor adaptación. Los peligros y problemas son evidentes: ¿Cómo caracterizar a los fantasmas? ¿Utilizar cantantes profesionales o niños para Miles y Flora? ¿Clarificar las ambigüedades del texto o dejar un margen al espectador? Cómo género, la ópera ha resuelto el primer problema de las maneras más variadas (piénsese en el Comendador del Don Giovanni, el estereotipado Nino en Semiramide o la aparición de Banquo en el banquete de los Macbeth). Britten entregó voces a los silenciosos espectros de James y diferenció orquestalmente al mundo de los vivos del de los muertos (el arpa y celesta que acompañan las intervenciones de Miss Jessel y Peter Quint). El procedimiento sugiere que la comunicación es indirecta, que efectivamente el tipo de influencia que ejercen los fantasmas sobre los demás protagonistas es más difícil de captar que la mera aparición. Quint y Jessel son, entonces, no sólo presencias (sonidos, colores o, más discutiblemente, choque de cuerpos), sino también ausencias, recuerdos, elaboraciones de un pasado traumático.

El retrato psicológico de los personajes es, entonces, bastante acabado y ello choca con la exigencia del libreto de trabajar con dos niños. ¿Cómo podrían ellos ofrecer semejante complejidad? El texto de Piper, si bien sofisticado, no incorpora ningún exotismo teatral para los niños protagonistas; muy por el contrario, su psicología se manifiesta en formas convencionales infantiles (canciones, juegos, recitar la lección de la escuela) que permiten a los niños-cantantes enfrentar las casi dos horas de duración de la pieza. Esto nos lleva al último problema. Regularmente una ópera no se plantea el problema de la interpretación de forma directa: una ópera busca ser interpretada, no es una interpretación de nada -o, al menos, no es principalmente eso. La situación es distinta cuando el tema posee ya un largo historial de lecturas ancladas en un texto. Para Britten, ese ciertamente fue un problema: Shakespeare, Melvilla y Mann fueron autores interpretados por Britten y sus libretistas. ¿En qué medida se ofrece una lectura propia del texto de James? Britten fue original en su visión al presentar en pie de igualdad a sus personajes. Peter Quint y Miss Jessel no solo tienen voz, sino que poseen cierta reflexividad. Por supuesto, no toda la reflexividad disponible para un agente, pero sí al menos una reflexividad retrospectiva: son capaces de mirar su pasado (el inicio del Segundo Acto es el mejor ejemplo). Esto puede ser problemático para los demás personajes que podrían aparecer, a ratos, casi menos interesantes que los fantasmas. Plantea también un problema para clarificar la historia oculta entre Miles y Quint. En esto, si bien original, Britten mantiene la ambigüedad del final: el grito impersonal de Miles "Peter Quint, you devil!" El resto de la lectura es, entonces, patrimonio del intérprete y del espectador, y en eso Britten fue fiel a la tradición del mejor teatro en la ópera.

Susannah Self y Jeffrey Lentz, The turn of the screw,
Teatro Municipal, Santiago de Chile, 2006

La iniciativa del montaje en Santiago se debió a Jan Latham-Koenig, batuta que tuvo a su cargo el estreno de Peter Grimes en 2004. El Britten Chamber Ensemble estaba compuesto por un conjunto de jóvenes músicos británicos que tocaron con delicadeza, aunque no afectación, la compleja partitura. Latham-Koenig ofreció una lectura transparente, sin frialdad, aunque algo ambigua en cuanto al significado de ciertas escenas (por ejemplo, la escena cuarta del Segundo Acto). Notable equilibrio al interior del conjunto.

Simona Mihai fue una Gobernanta segura de sí misma, a veces un poquito exagerada, pero el rol puede tener esas características. La voz posee carácter y esto no perjudicó su relación con la Mrs. Grose de Susannah Self, de imponente altura física. Su Grose poseía franqueza y candidez conmovedoras, aunque su movimiento en escena a ratos parecía forzado (sus "Dear God!" carecían de espontaneidad). Jeffrey Lentz posee un aparato vocal sutil y frágil que, en los momentos más duros, le impedía mostrar un Peter Quint dominante; un toque de mayor morbidez en la voz habría justificado mejor la influencia psicológica que el personaje posee. De todas formas, un buen trabajo. Vivan Tierney fue lo mejor de las funciones. Con una voz grande y bien dirigida, rica en tonos cálidos, mostró una Miss Jessel manipuladora y autorreflexiva. Su monólogo en la habitación de la Gobernanta ofrecía una lectura bastante humana de la soledad, lo mismo sus reproches a Quint al inicio del segundo acto. Si bien sus movimientos físicos eran discretos, pintó cabalmente su personaje. Brooks Fisher y Alexandra Cohen tuvieron a su cargo los difíciles roles de los dos chicos, mostrando un conocimiento pleno de los mismos. Sorprendía a veces la ambigüedad de Flora, en particular en la escena de la lección, a ratos inocente y juguetona, a ratos cercana a la maldad.

Alexandra Cohen, Simona Mihai y Brook Fisher en The turn of the screw,
Teatro Municipal, Santiago de Chile, 2006

El trabajo de escena fue muy cuidado. Marcelo Lombardero ofreció un escenario limpio sobre el cual se hacían proyecciones de exteriores boscosos e interiores de habitaciones, todo en grises. Los colores se reservaron casi exclusivamente para los fantasmas, vestidos de bermellón, color que devenía en púrpura al ser alterado con luces. El escenario más bien ajustado del Municipal se prestó idealmente para la concepción casi opresiva de la pieza. Llamaba la atención el lago, quizá no del todo logrado, aunque de un color muy atractivo. El movimiento simulado de las olas era difícil de captar y uno puede preguntarse si el resultado fue deliberado o si, dada la presteza con que la ópera de Britten reemplazó a la de Strauss, fue tan solo lo que se alcanzó a hacer. La iluminación fue correcta, aunque, en ocasiones, algo brusca: por ejemplo, en la escena quinta del primer acto, en la transición del juego de los niños en el balancín a la entrada de la Gobernanta. Algo estereotipados ciertos movimientos: el arrodillamiento de Mrs. Grose fue sencillamente embarazoso. La dirección de escena fue correcta, sin ofrecer una lectura demasiado profunda de los pasajes más complejos: la escena de la habitación de Miles del segundo Acto, el final de la obra.

En suma, probablemente lo mejor de la accidentada actual temporada, con un resultado globalmente sobresaliente. Quedará pendiente la Elektra en versión escénica de Lombardero que, si con lo intempestivo del montaje de Britten mostró un desempeño de alta calidad, es de esperar que con más tiempo ofrezca un espectáculo todavía mejor.

Cristóbal Astorga Sepúlveda
Santiago de Chile

Imágenes gentileza Prensa Teatro Municipal de Santiago de Chile. Fotografías de Juan Millán T.

__________

¿Qué te pareció este comentario? ¿Estuviste en esta ópera y no coincidís? Dejanos tu tu punto de vista en opinion@tiempodemusica.com.ar aclarando en el Asunto de tu email el nombre del artículo. Hagamos de Tiempo de Música un espacio para debatir.

Publicado originalmente el 6 de octubre de 2006

 
Publicado el 11/10/2006
     
WebMind, Soluciones Web Contacto © Copyright 2006/2014 | Todos los derechos reservados